El DILEMA DEL HOMBRE MODERNO
Por Osbaldo Gabriel Iriarte
Académico Oaxaqueño.
De ahí que la concepción del “ser” pase de una idea de interioridad a otra de exterioridad, sólo somos válidos cuando empezamos a pensar que debemos ser más productivos y eficientes, para alcanzar niveles de vida mejores, con la idea presente de que vivir mejor se relaciona con el consumo de determinados productos supuestamente sofisticados que llevan implícito la banalidad del fantasma de la comodidad, es decir, trabajamos, actuamos, nos relacionamos la mayor parte de nuestra vida cotidiana con la idea de poseer cosas. El hombre empieza a pensarse en cantidad, posición y posesión.
La idea del hombre moderno permeó culturas y generaciones con su avasallador dictamen colonial, desde la lejana Asia, pasando por la majestuosa y mágica África, hasta la gran Mesoamerica y Oceanía. El voraz instinto occidental que empieza a generar hombres funcionales que puedan buscar la perfección homeostática de la vida humana, del planeta y del universo. Acosta de lo que sea. La calidad humana se cotiza como se cotizan las mejores viandas, nos hemos vuelto seres expuestos al mejor postor, y en una realidad en donde todo se expone al mejor postor, los deseos y las fantasías más oscuras, grotescas y perversas se manifiestan en el mercadeo de todo tipo de carne (hedonismo del hedonismo).
Una base fundamental del desarrollo acentuado del consumo son las estrategias mercadológicas, de ahí que con base a la publicidad y a la propaganda, se eche andar toda una gigantesca ola de información persuasiva, tratando de encontrar nichos y teledirigir deseos y pasiones explotables, que la propia sociedad ha ido construyendo, el hombre necesario que cada sociedad en particular desarrolla de acuerdo a sus condiciones concretas.
El hombre moderno vive el mito que todo lo puede tener: conocimiento, títulos, novias(os), placer, razón, verdad, información, amor, etc., y en esa desbordante idea de poseer todo lo que gira en torno a él, el hombre moderno, tiene su penitencia, al final de cuentas es un hombre vacío, desconfiado y sin compromiso alguno, ni con él mismo, vive la farsa de su existencia, enclaustrado en la acumulación de objetos, que sólo se quedan en el mostrador de las vanidades.
El valor máximo es la individualidad y la fetichización tecnológica aglutina la fantasía de estar comunicados, ya que se considera que a partir de las nuevas tecnologías de la información el hombre podría estar conectado de manera transparente con todo el sistema (sociedad), la información como base del conocer y al conocer se puede actuar eficazmente. Sin embargo la paradoja moderna nos muestra que aparentemente cuando más informados y comunicados estamos el hombre moderno se hermetiza en su burbuja egocéntrica de cristal.
Cada vez es más común retomar o ver retomar la siguiente frase entre la población: ¡con dinero baila el perro y sin dinero baila uno como el perro! Todo cuesta, y la mayor parte de las necesidades nos las han ido introyectando y florecen ante una realidad en donde el dinero se ha tornado como el objeto al cual guardamos idolatría, suplantado nuestro ser, ese ser de relaciones que de origen se determina como parte del mundo y de los otros hombres o seres.[3] El “ser” del hombre moderno, es un “ser” que se ha concentrado en “tener” y que sin interioridad deambula como perro callejero, sin un rumbo o dirección, como navegan los barcos cuando toda su tripulación ha muerto, nada más que en este barco del hombre moderno no se trata de un muerto, sino un muerto en vida, es un ser sin sentido: ¡es el “ser-hombre” de cascaron!
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